Xalapa [Fotografía: Jorge Castillo] |
Entre historia y ejercicio de la imaginación, Camila Krauss retrata la ciudad y a sus habitantes a través de un recorrido de varios siglos hasta los turbulentos días actuales. A final de cuentas, “En un país que se desangra antes, durante y después de las elecciones, Xalapa resulta un baño de burbujas”.
La Ciudad de las Flores para el naturalista ilustrado (Alexander von Humboldt), la capital del chipi chipi cultural al interior del país, la villa obligada en tierra firme si en el litoral del Golfo desembarcó el viajero, el exiliado, el comerciante… La (setentera) Atenas Veracruzana, la provincia universitaria neblinosa, la capital del cafecito sin la crema y nata de la alcurnia cañera adinerada, que dejó los bailes del Casino Xalapeño para entrenarse en el Club Britania.
De
economía voluble como su clima, de fauna variopinta y mohosa como su
flora, típica burocracia, pronta y puntual como sus embotellamientos
vehiculares. Con X o con J. Ni muy muy ni tan tan. Patrullada, rodeada y
vigilada por el ejército nacional, la marina, policías y el hampa. La
capital de un estado con muchos Walmarts y Sorianas donde la alternancia
política permanece blindada, donde su potencial ecológico se erosiona
como sus teatros, sus panteones y sus patios humanistas. Una suma de
determinismos, la mala repartición del surrealismo o inexplicables
vericuetos de la diplomacia internacional, hacen de Xalapa, “twin city”
de Boulder, Colorado, en USA, al mismo tiempo que una de las comarcas
más peligrosas para ejercer el periodismo, en el año 2012 de la Era
Cristiana.
Demasiado
urbana para darse cuenta de que el tren pasa por aquí todos los días,
demasiadas nubes para ser balneario, demasiado tarde para evitar Laguna
Verde, demasiado pronto para vivir bajo tenebra.
La
tragedia y el asedio a la seguridad en Xalapa no alcanzan medalla en el
ejecutómetro FECALH, no es suficiente para limar asperezas y prejuicios
del Colectivo por la Paz en turno, las cifras no dan para que una
editorial independiente y Gael García Bernal como vocero, concienticen a
la población para externar sus testimonios en una red social. Nueve
periodistas asesinados no le quitan el sueño a nadie ni acalora la
impasible sobremesa familiar ¿Levantar un monumento a Regina Martínez y
los demás periodistas que han perdido la vida en Veracruz, “eso a quién
beneficia, en qué cambia las cosas”? Mínimo préndete una veladora ante
esta soledad masiva que estandariza al país de norte a sur.
Lugareño
es el verdadero gentilicio de lo que fuera xalapeño. Los que pasean en
Los Lagos o en Plaza Américas, los que viven en La Zapata o en La
Pitaya, en Coapexpan o en el FOVISSSTE, lugareños. No son de aquí pero
ya se quedaron, son de casa aunque nunca necesiten ocupar transporte
urbano. Los lugareños han querido probar suerte en el chilango o
de allá vinieron cuando se las robaron. Habituados a un poco de
sobresalto, pero no demasiado; a un poco de tolerancia si tiene tintes
de gracia veleidosa… Los lugareños desmemoriados cuando conviene,
rigurosos detrás del hueso. Lugareños desgobernados, desinformados,
desinflados tras varios sexenios. Aguerridos y envalentonados en el
auto; extraviados en la burocracia escolarizada; pacíficos en días de
carnaval, airados si se cuestiona la canonización de Guízar y Valencia,
orgullosos de la Orquesta Sinfónica, pero intransigentes con los
artistas del esténcil y el graffiti; impacientes al escuchar, indecisos a
proponer, solidarios para marchar.
El
ánimo confuso hasta enfoca lo irrelevante: Xalapa fue noticia hace
mucho porque se soltó por primera vez un globo aerostático, porque la
primera huelga obrera aquí mero se fraguó. En un país que se desangra
antes, durante y después de las elecciones, Xalapa resulta un baño de
burbujas. La paz políticamente correcta la impone el IFE y es cosa de
spa, promoción de monedero electrónico, “pacto de civilidad”.
¿Quién
en su sano juicio le dedica fantasías a la ciudad de los cinco
cinturones marginales, que diga, de los manantiales en la arena…?
Bajo
techo y con llave, sin fuerzas para darse a la fuga, evadida, encerrada
en casa para evitar el chaparrón, la estampida, explosiones y a un
junior priista que va de pants y sin permiso de portar una pistola
automática, imagino la Xalapa poscostumbrista. Ni estridentista ni
estrambótica: La ciudad de los teleféricos. En eso sería la única, la
primera. Del Hospital Civil al Stadium Heriberto Jara Corona,
del Macuiltépetl al mercado Jáuregui, descender y trasladarse por cables
en cabinas para dieciséis personas; cambiar la perspectiva de
automovilista, del usuario motorizado, del funcionario vial, de la combi
déspota y el taxi halcón deschavetado. Incluir el espacio aéreo para
desahogar al peatón de las balas en cartucheras. Xalapa, primer
municipio plural y teleférico. Lianas de alambre cromado para dejar que
las calles hagan esquina, y sean punto de encuentro y retorno. La
ciudad de nadie, la ciudad de tráfico, la capital en pugna, el feudo
estriado, la Xalapa sin araucarias ni jazmines se despliega por el aire,
una visión habitada: avanzará por frondosos metrocables, circulante
entre el verde sólido, devolviéndonos desde las estaciones altas nuestra
talla diminuta a pesar de muchísimos esfuerzos por alzarnos. ♦
Por Camila Krauss
Por Camila Krauss